Reflexiones sobre el veneno de la desinformación

¡Buenos días, domingueros!

Vuelvo a tomar un momento de pausa y contemplación, para dejar mi reflexión dominguera, en especial por unos hechos sucedidos en el día de ayer en Vilanova i la Geltrú.

Hace apenas una semana, publiqué un post en el que versaba sobre el aumento de la violencia en nuestro entorno -que podéis releer aquí-, y como si el destino nos quisiera recordar que los ciclos no se rompen solos, ayer por la mañana, un empleado del servicio de limpieza encontró dentro de una maleta un cadáver descuartizado, abandonado junto a un contenedor en la plaza de l’Anxaneta, a escasos metros del lugar en el que encontraron el cadáver de la persona sin techo a la que hacía referencia en mi post anterior.

Durante la mañana, los Mossos d’Esquadra junto con la Policia Local detuvieron a un joven de 24 años, presuntamente compañero de piso de la víctima en un piso okupa, lo que añade una capa más de crudeza a la violencia a la que me refería en el post anterior.

Si el hecho ya ha resultado impactante, más tras el suceso anterior de hace menos de dos semanas, lo que ha resultado impactante ha sido la tormenta de información falsa alrededor de él, hasta el punto de que los medios oficiales tuvieron que advertir que se limitaran a confiar en las comunicaciones oficiales y a no hacer divagaciones. En cuestión de horas, tanto las redes sociales, como grupos de WhatsApp e incluso en las zonas del barrio empezaron a sonar varios rumores: «La víctima era un inmigrante ilegal», «Otro caso de violencia extranjera», «La víctima era su pareja o mujer» , «La víctima era un menor de edad», «Eso es un caso de clanes». Todas esas lucubraciones hechas sin una pizca de verificación, de hecho, muchos medios han intentado y procurado omitir la nacionalidad de la persona detenida, lo que ha propiciado el crecimiento de tales lucubraciones.

Este episodio me ha hecho parar en seco y pensar en el daño real que causan las fake news. No es solo que mientan; es que envenenan. En un mundo donde la información viaja a la velocidad de un clic, un rumor infundado puede escalar en minutos a un sentimiento colectivo de miedo y rechazo. ¿Y si esa desinformación no solo hiere a comunidades sino que alimenta el ciclo de violencia del que se hablaba la semana pasada? Imagina: un rumor xenófobo que estigmatiza a un grupo, que genera odio, que podría llevar a agresiones callejeras o a más polarización. Es como echar gasolina a un fuego que ya arde demasiado alto.

Esto me conduce a pensar en el juicio al que se va a someter la influencer norteamericana Candace Owens, activista de extrema derecha que se caracteriza por difamar una serie de informaciones sin ningún tipo de base o fuente. De hecho, será llevada a juicio por difamar a Brigitte Macron, la mujer del presidente francés, en la que según ella, en realidad, es un hombre. Según ella, la mujer de Macron, nació hombre, se llamaba Jean-Michel Trogneux. Su ceguera y su obsesión con la difamación, lo que me resulta repulsivo, es que no se sustenta en ninguna información, pues Jean-Michel es una persona que existe, está vivo y es hermano de Brigitte. Este caso ilustra cómo las mentiras intencionadas, amplificadas por figuras con influencia, pueden causar un daño inmenso, no solo a individuos, sino a la confianza colectiva.

Las fake news no son inofensivas anécdotas; son armas silenciosas que erosionan la empatía, fomentan la desconfianza y nos convierten en jueces sin pruebas. Y lo peor: en esta era de algoritmos, se amplifican selectivamente, mostrando solo lo que confirma nuestros sesgos. ¿Cuántas veces hemos compartido un enlace sin leerlo del todo, solo porque «suena plausible»?

Esto me lleva a una reflexión más amplia: si la violencia es el síntoma, la desinformación es el virus que la propaga. En un contexto global donde vemos protestas por Gaza o tensiones políticas en EE.UU. —como el trágico caso de Charlie Kirk—, las mentiras digitales agravan todo. Nos hacen olvidar que detrás de cada noticia hay personas reales, no caricaturas. ¿Cómo romper este ciclo? Tal vez empezando por nosotros: verificando antes de compartir, cuestionando el «me lo han dicho por WhatsApp», y promoviendo el diálogo por encima del juicio rápido. Los medios serios y las autoridades pueden ayudar desmintiendo rápido, pero el cambio real está en nuestra responsabilidad colectiva.

Os invito a pensar: ¿Qué rol jugamos en esta red de verdades y mentiras? ¿Somos parte del veneno o del antídoto? En un domingo como este, quizás sea un buen momento para apagar las notificaciones, hablar con un vecino de verdad y recordar que la paz —local y global— empieza con la verdad.

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Soy Xavi

Padre de Familia, Abogado, Mediador. En ocasiones, escribo, doy charlas, hago fotos y viajo. Este es mi blog completamente personal, con comentarios personales.