Hace unos cuantos años, era un viajero muy, pero que muy frecuente. De hecho, rara vez era el fin de semana que pasaba por casa. Pero esos viajes no eran en cierto modo un capricho, sino una necesidad, necesidad de mantener una relación, de la que tuve muchos puntos buenos pero los puntos negativos fueron tan intensos que provocaron llevar la relación a un extremo de no retorno.
He viajado principalmente por Europa, pero también America y Asia han resultado ser destinos, y siguen existiendo lugares que se encuentran en una lista de viajes completamente pendientes y que, sin duda, algún día realizaré.
En aquella época, el aeropuerto era considerado casi mi segunda casa, al igual que la maleta que me acompañaba de forma continua en casi cada día, y podemos decir que estaba adentrado en un ritmo de vida casi por encima de mis posibilidades.
En aquél momento no cuestionaba absolutamente nada, más por cuanto que estaba completamente cegado por algo que esperaba que llegaría algún momento a su fin para buscar esa estabilidad que toda relación necesita.
Me acuerdo de llegar un punto de decir: hasta aquí. Ese momento fue cuando vi mi cuenta bancaria muy reducida, casi sin fondo de emergencia y tras ver el calendario en la que en los siguientes 90 días, podrían contarse con los dedos de una mano los fines de semana que iba a estar en casa.
Esta situación era intensa y desgastaba, al menos, a mi de forma personal y anímica. Me cuesta entender a todas aquellas personas que siguen haciendo viajes de forma continua hasta el punto de llegar a valorar si realmente tienen un domicilio, casa que sólo les sirve en los días laborables porque trabajan.
Para eso, hubiere preferido trabajar, no ya a distancia, sino directamente en el lugar de destino para, al menos, poder disfrutar un tiempo de ese lugar de destino, porque, sinceramente, hay ciudades que en fines de semana no las acabas, ni siquiera experimentas un ápice de lo que es esa propia ciudad: llevar el viernes por la noche e irse un domingo por la mañana, lo que provoca es que, técnicamente, has pasado un solo día en esa ciudad. ¿merecía la pena?
Pensaba que si, pero ahora, en realidad, tengo que decir que no.
Pero eso no quita, que, pasado un tiempo de relajación, haya vuelto esa costumbre o esa moda que tanto me gusta, como es la de viajar.
En ocasiones, nos puede gustar mucho una determinada cosa, pero cuando llegamos al punto de estar sobresaturados de la misma, necesitamos e imploramos un breve descanso, y eso es lo que me sucedió.
Hoy, precisamente, tenía que viajar por cuestiones profesionales y, todo ello me ha llevado a pensar en lo que estoy escribiendo hoy. ¿viajar? Si, pero todo en su justa medida.









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