Hace más de un mes que no me pasaba por aquí a explicar mi historia. Nuevamente, me he vuelto a fallar. No me ha servido para nada ese compromiso que me hice a mi mismo. Tampoco me sirvió: ni los mensajes de ánimo, ni la lista de temas, así como tampoco me ha servido programarme todas y cada una de las tareas.
Me llama la atención aquello de que, todo lo que me funciona en mi vida profesional, cuando lo traslado a mi vida personal, me falla. Ahora que, en mi periodo de vacaciones, me siento un domingo por la mañana delante del ordenador, se me ocurren muchos motivos por lo que alguna cosa no funciona.
Algún obstinado me dirá que se trata de procrastinación. Yo le respondería que tal vez, pero eso lo entiendo como el intentar dejar para otro día las responsabilidades que debo hacer y tengo programadas para el día de hoy, en perjuicio de otras.
Alguna ocasión he intentado buscar el lado amable y positivo de la procrastinación, así se me ocurre por ejemplo, no atender una responsabilidad para dedicar ese tiempo en invertirlo en otra cosa, como por ejemplo en uno mismo. Pero tengo que ser sincero, procrastinar no es, ni debería ser positivo. ¿Os imagináis procrastinar con determinadas necesidades básicas, como por ejemplo comer o jugar con tus hijos?
Muchos se llenan la boca de decir que un hijo (entiéndase que estoy utilizando el masculino como género no marcado, tal como recomiendan determinados Institutos Filológicos de varias lenguas románicas) es una bendición, pero al cabo de unos años se lamentan de no haber disfrutando más de ellos y haberse limitado a trabajar y no atenderlos. Ahora estamos experimentando un sistema de sustitución de la familia por las nuevas tecnologías, como las tablet, pero eso es otro tema apasionante, que probablemente aborde en otra publicación.
Volviendo al asunto principal, hablamos de fallarnos a nosotros mismos. Esos compromisos que nos hacemos y que, después, no lo hacemos, lo que podemos llamar como la auto-promesa incumplida o intención fallida y eso, como todo lo que hacemos en nuestra vida o nos cruzamos en nuestro camino, tiene su propio impacto en nuestra vida y, en especial, en la gran olvidada salud mental y emocional.
¿Qué tipo de impacto? Sin duda podría consultar varios manuales o, incluso, podría utilizar la inteligencia artificial para elaborar una lista, pero todo ello quedaría desnaturalizado (otro día hablaré sobre el uso responsable de la inteligencia artificial que es para darle de «comer» a parte). Pero para mi, ese «fallarse a uno mismo» me supone lo siguiente:
- «Estrés». Y lo dejo entrecomillado porque en ocasiones si y en ocasiones no. Me explico. Cuando dejamos cosas sin hacer nos genera una cierta culpabilidad, en especial cuando llega a afectar a otro tipo de personas. En esta ocasión, esa culpabilidad me la genera mi yo interior, aquel a quien le encanta y disfruta escribiendo. Sin embargo, ese yo interior se toma un café con mi otro yo, y entiende la dificultad del día a día. Podrá sonar a excusas, pero poco a poco se van a ir entendiendo y adaptando a la nueva realidad, porque cuando ambos se ponen de acuerdo, todo funciona. Digamos que son las ventajas de ser una persona con resiliencia.
- Baja autoestima. Quien diga que cuando no cumple con una cosa que desea no le sube la autoestima, miente. O es que realmente no lo desea. Una persona con conocimientos de medicina podría describir el impacto que genera en nuestro organismo cumplir objetivos, con esa satisfacción personal. Ahora, imaginar el impacto negativo que eso genera en la salud de una persona.
Podría seguir con una larga lista, pero estas dos son las principales que a mi me ha generado este fallar uno mismo con la ausencia de publicación con determinada regularidad. ¿Te genera los mismos sentimientos y emociones?








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