En nuestro día a día, con frecuencia vamos alternando entre motivados y desmotivados, de hecho, muchos hemos tenido esos días en los que parece que te vas a comer el mundo y otros que ni siquiera eres capaz de levantarte de la cama.
Cuando esos días afloran, es cuando me viene a la cabeza un término de origen japonés que, según me ha comentado algún conocido del país del sol naciente, está muy enraizado en su propia cultura y que obedece al concepto de ikigai, concepto que la primera vez que lo escuché pensé que era muy potente, porque se compone del término iki (vida) y gai (valor o merecer la pena). Así que, si tuviéramos que traerlo a la mentalidad occidental, con dicho término englobaríamos todo aquello que supone nuestra razón de ser, aquello que da sentido y propósito a la vida o, incluso, aquello que te da energías para levantarte cada mañana.
Últimamente, mis redes se están inundando de personas que expresan desmoralización, desmotivación, incluso algunas que se sienten solas ante una determinada complicación y mantienen pocas energías o nulas energías para vivir. Resulta prácticamente imposible a ayudarlas a todas, pero en ocasiones, ante un esfuerzo conjunto, la situación les podría mejorar, pero cuando la situación es más gravosa, lo ideal o principal sería buscar ese asesoramiento o ayuda a especialistas.
Pero una vez que lo has encontrado, te puedo asegurar, que encontrarás esa fuerza para prosperar y avanzar, porque si algo estoy aprendiendo es que, cuando una persona está motivada, puede hacer grandes cosas.
¿Cómo podríamos encontrarlo?
La verdad es que el sentido a tu vida no lo encontrarás buscando en internet, ni conectándote la metaverso y mucho menos en tus redes sociales. Para encontrarlo tienes que hacer un ejercicio de auto-reflexión, un ejercicio de introspección para poder determinar qué es lo que te motiva día a día. El ejercicio, el yoga, la meditación, el retiro espiritual, suelen ser buenas prácticas para encontrarlo, es decir, supone una cita con uno mismo para que, sin ningún tipo de intromisión, nos permita ver qué es lo más importante.
Pero una vez que lo hemos encontrado, mi recomendación es no limitarnos únicamente a eso, sino que tejamos una red de propósitos entrelazados los unos con los otros para que se retroalimenten, de esa manera, cuando uno de nuestros propósitos decaiga o se convierta en excesivamente difícil podamos tener energía para continuar.
Imagina que tu único propósito es hacer feliz a alguien o una persona determinada, te puedo asegurar que cuando esa persona tiene algún problema, tu sentido se verá mermado, salvo que encuentres energía para superarlo junto a esa persona. Tampoco entiendo que sea una motivación en la vida algo fútil o tangible (un coche, una casa, una cantidad de dinero en la cuenta bancaria…). Ese tipo de motivación (tan occidental, por cierto), únicamente nos motivará hasta alcanzarlo y una vez llegado, se nos quedará la satisfacción temporal de conseguirlo y, luego, el vacío.
Esto me recuerda a esa mentalidad antigua (o quizá no tan antigua) de que el planeta tierra era llano y que existía la creencia que una vez que se llegase al final, quedaría el vacío. Por eso, nuestro sentido a la vida debería ser o, entiendo que debe ser, o circular o mediante la red que he comentado antes, de forma que pueda ser mucho más integral y no tan limitativa. ¿Os imagináis una serie de motivaciones que crezcan y se reproduzcan como nuestras redes neuronales?
¿Y todo eso lo podemos hacer de una sola vez? Pues evidentemente no. Nosotros no vivimos un año con sólo comer un solo día, así que lo que debemos hacer es alimentar nuestra motivación y para ello, debemos dar y ser constantes con ese ejercicio de introspección e incluso motivarlo y alimentarlo, por lo que debemos recurrir de forma habitual tanto a la medicación, el ejercicio, yoga…
Únicamente así, podremos continuar motivados y aprender nuestro sentido a la vida. ¿Y tu, ya tienes tu ikigai?









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