Cuaderno de Bitácora

Esta semana pasada, el mundo despidió al papa Francisco, una persona que para muchos individuos representaba un símbolo, un líder. No negaré que no he seguido muy cerca ni su papado ni tampoco la ceremonia de su despedida, pero por lo poco que me ha llegado durante su papado, fue que siempre ha estado del lado de los más desfavorecidos y marginados, lo cual me puede dar una ligera idea del tipo de persona que habría sido.

Durante esta semana los medios nos han inundado de imágenes, como muchas otras veces, de diferentes tipos de mandatarios que asistían a la ceremonia, algunos otros que fueron por meros intereses, es decir, para salir en la foto, que siempre están y hemos visto muchos titulares, como la reunión entre Trump – Zelenski , o como estuvieron organizados los mandatarios, o que si uno llegó tarde… Fuera de todo ello, una imagen me llamó la atención: la imagen de Sor Genevieve Jeanningros que se saltó completamente el protocolo.

Esa imagen de Sor Geneviève me emocionó, pues con independencia del protocolo que estuviere instaurado, por encima de toda la liturgia que englobaba el funeral del líder, del símbolo, ella lloraba por quien era su amigo, un conocido, es decir, alguien que, con independencia del cargo que tuviera, había tocado su vida de una manera muy personal.

Esa imagen me llevó a la reflexión de la línea que cruza el mito con la propia realidad.

En el mundo de la inmediatez, observamos cómo se elevan meteóricamente a determinadas personas a una serie de pedestales, concediendo títulos, cargos o una serie de imágenes que parecen ser completamente intocables. Sin embargo, luego ¿qué queda? Las conexiones entre esas personas con quienes no existen jerarquías, conexión que no se doblega ante la fama o el poder. La amistad, la de verdad, es un puente que une sin importar quién sea uno o qué se llegue a representar.

Es cierto que muchas personas se dejan llevar y pierden esa conexión, lo que me resulta ser completamente triste por un lado o, por el otro, replantear y llegar a cuestionar si esa amistad resulta ser completamente de verdad.

La imagen de Sor Geneviève es un claro ejemplo de ello, porque ella no veía a Francisco, sino a Jorge Mario Bergoglio, quien probablemente en algun momento de su vida le tendió la mano, le dedicó algunas palabra o simplemente compartió un instante de su vida. La imagen, tan pura, tan llena de emociones, me recuerda que la grandeza de las personas no se encuentran en los títulos o cargos que se pueda tener, sino precisamente, en las huellas que dejamos en los demás.

Esta semana me lleva a la siguiente reflexión: ¿cuántas veces nos dejamos llevar por las apariencias, por los mitos que construimos alrededor de las personas?

La lección que infunde esta persona, Sor Geneviève, para mi es clara: la amistad, el cariño verdadero, no se detiene ante protocolos ni etiquetas, sino que al final, lo que verdaderamente cuenta al final del camino es cómo hicimos sentir a los demás. Así que te invito a pensar en alguien que, sin importar cargo o lugar en el mundo, ha marcado tu vida desde un punto de vista completamente personal y, si puedes, dile cuanto puede representar para ti, porque al final, lo que queda, es precisamente eso, la amistad y conexión entre ambos.